Cuando se trata de las fuerzas armadas, para el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, puede ser más fácil cambiar el pasado que el futuro. Uno de los primeros actos del nuevo ministro de Defensa, el militar Walter Braga Netto, nombrado el pasado miércoles, fue emitir la orden de que el 57 aniversario del golpe de estado del 31 de marzo de 1964 debería ser motivo de “comprensión y celebración”, ya que el levantamiento militar fue la respuesta a “un peligro real para la paz y la democracia”.
Bolsonaro hace décadas que defiende un revisionismo histórico respecto al golpe contra el gobierno constitucional del nacionalista João Goulart, que fue el inicio de una dictadura militar de 20 años de duración en la que hubo 2.200 víctimas de tortura y 423 presos políticos ejecutados o desaparecidos, según una comisión de la verdad establecida en el 2014 por el gobierno de Dilma Rousseff.
Más que un peligro para la paz y la democracia, Goulart, con planes para una reforma agraria, la retirada de las concesiones mineras de las multinacionales estadounidenses y una campaña de alfabetización, había resultado un peligro para la élite brasileña y sus socios en Washington.
No obstante, pese a hacerles el favor de reinventar el pasado golpista, Bolsonaro no cuenta con el apoyo de las fuerzas armadas en estos momentos en su pulso con los poderes legislativo y judicial. Tampoco con los gobernadores de estados como Río, Bahía o Sao Paulo que, contra la voluntad presidencial, adoptan medidas de confinamiento para combatir una devastadora segunda ola de la pandemia que contagia a 75 .000 personas a diario y ha matado ya a 326.000. “El malestar en el alto mando con Bolsonaro ha ido intensificándose con la pandemia; a los militares no les gusta ser manipulados”, dijo un exministro en Río de Janeiro.
La dimisión de los tres comandantes de las fuerzas armadas, la semana pasada, justo después del nombramiento de Braga Netto, es el último indicio de que el apoyo militar a Bolsonaro no es lo que era. Esto pese a la presencia en el Gobierno de un puñado de generales, entre ellos el vicepresidente, el general Hamilton Mourao, y, hasta hace dos semanas, el ministro de Sanidad, Eduardo Pazuello.
Para muchos, la familia del presidente es demasiado nostálgica respecto a la dictadura militar
El deterioro de la relación entre el presidente y los militares tiene que ver en primer lugar con los desastrosos resultados del negacionismo presidencial. Los militares entienden la importancia del confinamiento –lo han adoptado en los cuarteles– pero con Pazuello al mando de política de salud la credibilidad de la institución más querida por los brasileños se quedaba cada vez mas mermada.
Por supuesto, los generales agradecen el revisionismo bolsonarista respecto al golpe de 1964 tras el susto de la comisión de la verdad de Rousseff. Pero, para muchos militares, los Bolsonaro son demasiado nostálgicos.
Varios generales se inquietaron cuando el hijo más radical del presidente, Eduardo Bolsonaro, propuso reactivar los draconianos decretos militares de 1968 –la supresión del Estado de derecho que dio lugar a la fase más atroz de detenciones y torturas– para prevenir una repetición en Brasil de las protestas en Chile, Ecuador y Bolivia a finales del 2019.
Otro indicio del desencuentro fue la negativa de los militares a criticar al Tribunal Supremo por anular la sentencia judicial contra Lula da Silva, que ha dado luz verde al expresidente para presentarse a las elecciones del 2022. Según fuentes diplomáticas, Bolsonaro se lo había pedido.
Muchos creían que Bolsonaro, al menos, contaba con el apoyo de los soldados rasos y los policías. Pero no han dado resultado los intentos de Eduardo Bolsonaro por fomentar protestas contra las políticas de confinamiento en las fuerzas policiales, infiltradas en parte por la ultraderecha. “En redes sociales hay grupos de policías bolsonaristas muy activos, pero estamos viendo que la mayoría silenciosa en las fuerzas policiales no apoya tanto a Bolsonaro”, dijo un exdiplomático en Brasilia.
“El malestar en el alto mando ha ido intensificándose; no les gusta ser manipulados”
En Salvador de Bahía, la semana pasada, hubo un caso de posible sublevación bolsonarista cuando un policía militar, con la cara pintada de amarillo al estilo de la selección nacional de fútbol, se puso a gritar en defensa de la patria y a disparar al aire cerca de la famosa playa del Farol de Barra. Abatido por sus compañeros, el agente fue elogiado tras su muerte en las redes sociales bolsonaristas que insistieron en que se trataba de una protesta contra las medidas de confinamiento de Rui Costa, el gobernador del Partido de los Trabajadores (PT) en el estado de Bahía. No obstante, la policía sostiene que el agente sufrió un trastorno mental.
Pese a lo ocurrido la semana pasada, no se puede descartar que Bolsonaro recupere el apoyo militar en caso de que se enfrente a Lula en las presidenciales. Nadie se olvida del notorio tuit del general Eduardo Villas Boas, entonces máxima autoridad de las fuerzas armadas, cuando este advirtió en el 2018 de que una decisión favorable a Lula en el Tribunal Supremo sería un motivo de preocupación para los militares. En un nuevo libro puesto a la venta en febrero, Villas Boas sigue insistiendo en que conceder el habeas corpus a Lula habría creado “un riesgo a la institucionalidad en el país”.
Andy Robinson
De “La Vanguardia“